Siempre remuneraba mi visita
con el oro de un cuento encantador;
la candidez vivía en la ancianita
como el agua del cielo en una flor…
Adoraba los niños y lo azul;
siempre andaba vestida de candor,
y olía a albahaca y alcanfor
la ropa que guardaba en el baúl…
Qué tempraneras ella y las palomas:
a causa de que el patio se cubría
de flores, casi siempre amanecía
bajo los árboles, barriendo aromas…
Y en la noche, a la luz del lampadario,
rezaba con tan honda devoción,
que la luna asomándose al balcón,
la hallaba con el alma en el breviario.
Una noche de tantas… ¡ay! mi amiga
ya no volvió a asomarse al corredor.
“Está mala”, dijeron: “un dolor,
un cansancio, un silencio, una fatiga”…
Llegó el doctor, se puso a recetar
murmurando en voz baja: “está muy mala”…
Y supe el cuento triste: esta era un ala,
Cansada de volar…
¿Y se fue? Como todo; cuatro cirios
Llenaban el cuartito de tristeza.
¡Cómo se confundía con los lirios
aquel santo blancor de su cabeza!
Alfredo Espino – Jícaras Tristes: Casucas